La palabra “Lupa” (lente de aumento), viene del francés “Loupe” (leer: up) que, a principios del siglo XIV, significaba “Piedra preciosa de transparencia imperfecta”. Se trata de un instrumento óptico cuya parte principal es una lente convergente que se emplea para obtener una visión ampliada o aumentada de un objeto. Montada en un soporte, generalmente circular, puede tener un mango para facilitar su manejo.
En 1266, Roger Bacon, filósofo, teólogo y fraile franciscano, talló las primeras lentes con forma de lenteja. El paso siguiente fue montar estas lentes en un armazón, lo que ocurrió entre los años 1285 y 1300. Posteriormente les pusieron diferentes tipos de bordes: madera, hierro, cuero o plomo. En esa época, la lupa era usada por relojeros, joyeros y mercaderes de tejidos.
En los primeros anteojos se utilizó el cuarzo y el agua marina; pero conforme aumentó la demanda fue necesario elaborar vidrio óptico que se rompía con facilidad por lo que resultaba peligroso. A partir de este momento las gafas han evolucionado según las necesidades de la sociedad.
Las primeras lentes convergentes aparecen a finales del siglo XIII en el norte de Italia. En esta zona estaba muy desarrollada la tecnología del pulido de los cristales.
Ahora ya sabéis que si contempláis las estrellas con un microscopio o simplemente usáis gafas para leer este artículo se lo debéis, en parte, a este fraile inglés.