La respuesta a esta pregunta no es para nada sencilla. Como todo lo que envuelve a la conducta humana, debemos entender que parte de ella estará delimitada por la naturaleza mientras que, por otra parte (fundamental en humanos), estará influenciada por la cultura. La evolución cultural es tan importante en el ser humano como la evolución natural, por lo que un proceso como el amor romántico podrá ser definido bajo sus patrones hormonales y neuronales, pero está claro que el concepto en sí engloba mucha más trascendencia que la otorgada por lo natural, variando enormemente dependiendo de la cultura, educación, personalidad y demás cualidades de quien lo siente. Ni el amor es tan solo un grupo de reacciones bioquímicas en nuestro cerebro, ni tampoco es único de humanos.
Ante todo debemos distinguir entre los distintos sentimientos que podemos conocer como “amor”, y que en neurofisiología se separan en tres: El primero, llamado apego o amor fraternal, es el que se da entre miembros de la familia o entre amigos. El segundo es la atracción sexual, que determinará funciones de la reproducción como el cortejo y la copulación. Por último encontramos el amor romántico, el que nos ocupa, y que se da entre parejas estables formando un vínculo de gran importancia biológica. El deseo sexual es producido por estrógenos y andrógenos, teniendo como fin el apareamiento. En el amor romántico intervienen los neurotransmisores dopamina, norepinefrina y serotonina, que promueven la selección de pareja y la reproducción. Por otro lado, las hormonas vasopresina y oxitocina regularán la relación monógama más duradera a través del apego, además de la relación entre los parentales y la cría.
El ratón de pradera Microtus orchrogaster forma pareja poco después de la pubertad y la mantiene durante toda su vida. En ellos existe un fragmento de ADN extra en el gen que controla la distribución de los receptores de vasopresina en el cerebro. Este fragmento no está presente en los ratones de montaña (Microtus montanus), otra especie de ratones que son altamente promiscuos y asociales. Al introducir esta pequeña porción de ADN en los ratones promiscuos, estos dejaron de serlo y establecieron relaciones monógamas duraderas (Insel et al., 1995).
En otros grupos animales el significado evolutivo del amor es más claro que en el humano. El amor, como construcción neurofisiológica, no solo promueve la reproducción, sino que también proporciona un vínculo de pareja para fomentar la seguridad de la cría en el desafiante entorno. Dentro de este contexto de adaptación, el amor puede haber surgido en la evolución para facilitar los procesos de comunicación y compromiso social previo al establecimiento de una relación de pareja estable, la cual permitirá un mayor cuidado parental de la progenie, ya que se mantendrá en los primeros años de vida de la cría.
En el caso de los humanos existe una hipótesis formulada por la antropóloga Helen Fisher, quien ha dedicado gran parte de su carrera a estudiar el enamoramiento, por la cual explica que el bipedismo es el detonante que lleva a la aparición de la evolución del amor en nuestra especie (Fisher, 2004). El hecho de que el ser humano caminase con solo dos piernas constituyó un gran problema para las hembras, que se vieron obligadas a transportar a sus bebés en brazos en lugar de a sus espaldas. Sus antepasados cuadrúpedos tenían libres los brazos para tomar alimentos y vivían en las copas de los árboles, con lo cual conseguían escapar de sus depredadores. Una mujer sola no podía buscar alimento con un solo brazo a la vez que permanecía alerta para defenderse con un bebé cogido del otro. El amor surge por tanto como medida para asegurar la reproducción y el cuidado de la progenie por parte de ambos parentales.
De entre las sustancias implicadas en el proceso del amor romántico, la dopamina es sin duda la más importante de todas ellas. Esto se comprobó en los mismos ratones descritos anteriormente. Se midió los niveles de dopamina en la hembra tras la copulación, siendo estos significativamente superiores, lo que hacía que estableciera preferentemente a ese macho para una posterior cópula. Para constatar que estos niveles de dopamina se debían a esa elección de la pareja, se inyectaron inhibidores de esta molécula en la hembra, dando como resultado una total indiferencia por el macho tras el apareamiento.
La dopamina es tan importante que va a estar implicada en todas las funciones biológicas que se desempeñan a lo largo del estado de enamoramiento. Como está implicada en el Sistema de Recompensa del cerebro, va a fomentar la concentración en la atención sobre esa persona, estableciendo un vínculo de pareja. Estos niveles altos de dopamina generan también un aprendizaje hacia los estímulos novedosos que esa persona genera: su presencia aumenta la dopamina y este incremento, a su vez, provoca que se eleve nuestro interés por ella. Este aprendizaje lleva incluso a ensalzar los atributos de la pareja en detrimento de sus defectos, que serán fácilmente obviados. La dopamina, que podíamos definir como la hormona de la felicidad, produce en nuestra fisiología un despertar de emociones: provoca euforia, aumento de energía, hiperactividad e insomnio. Recuerda a la sensación que produce el consumo de muchas drogas recreativas y no es casualidad, pues estas drogas estarán favoreciendo también la liberación de dopamina en nuestro cerebro mediante otros mecanismos. Siguiendo con la referencia a las drogas, el estado de enamoramiento produce, a través de la dopamina, síntomas de adicción caracterizados por la ansiedad y la dependencia de la persona amada. Como veis, casi todos los estados de un recién enamorado se explican con la liberación de una única hormona.
Un experimento que llevó a cabo Fisher no hizo más que constatar la relevancia de la dopamina en el amor romántico (Fisher et al., 2005). A través de una técnica conocida como Resonancia Magnética Funcional, el investigador puede observar en tiempo real qué zonas del cerebro se activan y cuales se inhiben. Esto permitió a Fisher la experimentación con numerosos sujetos en estado de enamoramiento, comprobando en vivo como, en presencia de recuerdos del ser amado, el registro mostraba que se activaban profusamente varias zonas de la amígdala. Ésta es un centro del cerebro con una alta actividad endocrina y precisamente una de las zonas que más se activaba era el centro que producía y secretaba dopamina.
La pregunta que seguramente muchos os habréis estado haciendo a lo largo de este artículo es: ¿explica esta neurofisiología del amor romántico si éste dura para siempre? Precisamente para tratar de responder a esta pregunta en eterna discusión, se realizó un experimento donde se localizaron dos nuevas regiones cerebrales implicadas en el proceso (Bartels & Zeki, 2000). Una vez que la relación amorosa se alarga, comienzan a entrar en juego estas otras regiones, que implican emociones más comedidas. A través de un cambio hormonal, el papel relevante de la dopamina durante el amor pasará a manos de la oxitocina y la vasopresina, implicados en las relaciones a largo plazo. Esto ocurre, normalmente, de 12 a 24 meses desde la instauración del amor romántico. A partir de entonces el apego, por tanto, sustituirá al amor romántico, y éste sí puede ser para siempre. Eso sí, no se descarta que el proceso de enamoramiento pueda volver a darse posteriormente en otras fases distintas de una misma relación.
En conclusión, el amor romántico supone una ventaja adaptativa conservada a través de la evolución. Permite crear un vínculo con la pareja lo suficientemente fuerte y duradero como para poder cooperar juntos en la cría de su progenie. La neurobiología del amor va a girar en torno a distintos núcleos de la amígdala, produciendo uno de ellos la hormona dopamina, relacionado con el Sistema de Recompensa del cerebro. A través de esta hormona, y por medio del aprendizaje, se va a asociar a cierta persona que pasaremos a identificar como nuestro ser amado, cuyo recuerdo o cercanía producirán a su vez niveles más altos de dopamina, originando todos los efectos que caracterizan a algo tan trascendental para la vida de un ser humano como supone el amor romántico.
Para concluir, os dejo con un vídeo donde la propia Fisher presenta el tema, explicándolo como solo alguien que lleva estudiando el amor durante más de treinta años puede hacerlo:
Bibliografía: Bartels A., Zeki S.: “The neural basis of romantic love”. Neuroreport, vol 11 (2000). Fisher H.: “¿Por qué amamos?” 348pp. Aguilar A. (Ed.) Taurus España (2004). Fisher H., Aron A., Brown L.L.: “Romantic love: an fMRI study of a neural mechanism for mate choice”. The Journal of Comparative Neurology 493: 58-62 (2005). Insel T.R., Carter C.S.: “The monogamous brain”. Natural History 104: 12-14 (1995). Colaboración de: Mercedes Sánchez Infante. Recursos electrónicos: Vídeo de Helen Fisher en el “TED Talks”, en una conferencia sobre el Amor Romántico: http://www.ted.com/talks/lang/spa/helen_fisher_tells_us_why_we_love_cheat.html